CAPÍTULO 1: LA MUERTE EN EL PLAN DE DIOS



Desde entonces Jesús comenzó a explicar a sus discípulos que él debía ir a Jerusalén y padecer mucho a manos de los ancianos, de los principales sacerdotes y de los escribas, y morir, y resucitar al tercer día.
Mateo 16:21 (RVC)

Los tres evangelistas sinópticos relatan las advertencias que Jesús hizo a sus discípulos acerca de su  muerte, y esto no sucede sólo una vez, sino al menos dos de manera muy explícita (Mateo 16.21 y 17.22-23; Marcos 8.31-32 y Marcos 9.30-32; Lucas 9.21-22 y Lucas 9.43-45). 

La reiteración, tanto por parte del Señor como de los autores bíblicos al registrar estos episodios, demuestra que debió ser importante para Jesús que sus seguidores y amigos entendieran que Él moriría y que sería más pronto de lo que imaginaban.

Hay además detalles llamativos que no podemos pasar por alto, por ejemplo el uso de expresiones tales como: "Esto les decía claramente" (Mar 8.32), o "Haced que os penetren bien en los oídos estas palabras" (Luc 9.44); sentencias que resaltan la intención deliberada que Jesús tenía de que ellos comprendieran que la muerte no es ajena y que está próxima.

Pero ¿Por qué esta insistencia del Señor? 

Conocer es poder. No debemos negar que estar avisados nos permite prepararnos de la mejor manera que tengamos a mano para afrontar cualquier situación. 

Déjame intentar ilustrar esto con un ejemplo: Si el servicio meteorológico advierte que se avecina un tornado seguramente podremos tomar las medidas necesarias para protegernos, habrá daños y pérdidas sin duda, pero el impacto no será el mismo que si nos tomara por sorpresa.

Tal parece que la intención del Señor era alistar a sus discípulos para el momento de la separación, darles tiempo y ventaja para asimilar el impacto de la mejor forma que les fuera posible. Esto no significa que sería menos doloroso, mucho menos que pudieran permanecer indiferentes, pero sí podrían (¿debían?) estar emocional y espiritualmente preparados para afrontar la crisis.

Ellos tenían altas expectativas acerca del ministerio que el Mesías llevaría a cabo en la tierra y Jesús sabe que su muerte asestaría un golpe duro a esa esperanza si no los prevenía. 

Y no fue sencillo, los mismos relatos evangélicos nos muestran la negativa en la que se encontraban aquellos hombres, tal que a pesar de la vehemencia con la que les habló el Señor no comprendían sus palabras. 

Es posible que nos ocurra algo similar. Vivimos en una cultura y una época que le teme a la muerte y por lo tanto no estamos acostumbrados a pensar en ella, y cuando lo hacemos no es con simpatía y buena predisposición.

La Biblia continúa mostrándonos la negación en que se encontraban los discípulos y teniendo a Pedro como vocal expresan su respuesta negativa hacia la muerte (Mat 16.22; Mar 8.32): ¡Debemos evitarla a toda costa! ¡Hagamos algo al respecto!

No podemos juzgarlos. Este es un sentimiento que conocemos o imaginamos: nos asusta la idea de separarnos de las personas a las que amamos y somos conscientes de que el recuerdo de quienes se van y nuestro amor por ellos nunca llenarán el vacío que dejan. Las fotografías no son conversaciones, las memorias no son miradas, ellos nos harán falta. ¿Habrían Pedro y sus amigos sentido esto por Jesús?

Es justo en ese momento, en que se libra en sus corazones y mentes esta batalla, que las palabras de Jesús irrumpen para dar esperanza, aclarando un misterio que es difícil de comprender desde nuestra limitada perspectiva humana: "¡PEDRO! No piensas en las cosas de Dios sino en las de los hombres" (Mat 16.23). O dicho de otra manera: "La muerte no es tu enemiga y puede ser parte del buen plan de Dios para ti"

Es necesario notar el contraste que establece Jesús entre la muerte desde la concepción humana y la muerte desde la perspectiva divina. Ellos -y nosotros por igual- estaban pensando en esto desde su posición, como es lógico, pero desde el lugar de Dios todo se ve distinto. No está en nuestra naturaleza pensar así, pero es Él mismo quien quiere ayudarnos a hacerlo.

Inmediatamente los tres evangelistas introducen dos relatos que debieron servirles a ellos (y deberían asistirnos a nosotros) para comprender cómo es que Jesús entiende la muerte:

En primer lugar encontramos un discurso del Maestro que incluye las memorables palabras "el que quiera ser mi discípulo niéguese a sí mismo" y "el que quiera salvar su vida la perderá, pero el que pierda su vida por mí la salvará" (Mat 16.24-26; Mar 8.33-38; Luc 9.23-26) poniendo en claro que esta existencia terrenal y perenne no puede ni debe ser nuestro tesoro, y que es valiosa en tanto la invertimos en Dios de quien proviene la verdadera vida. 

Hasta que ellos no renunciaran a sus ambiciones terrenales, aunque fuesen nobles, no podrían conocer una forma de vida más elevada, y eso lo verían en el ejemplo mismo del Verbo Encarnado. El camino al trono es la cruz, no el campo de batalla. ¿Cómo es esto posible? Es que lo verdadero y lo real no está en el aquí y ahora.

¿Qué tiene que ver conmigo? Bueno, bastante. Es que mientras siga aferrado a esta vida la idea de la muerte será más aterradora de lo que en verdad es.

Hago un paréntesis para preguntarme si la infructuosa oposición de Pedro -y los demás con él- para que Jesús desista de la muerte estaría inspirada por el amor al Señor o por el miedo a quedarse solos?  

En segundo lugar leemos el relato de la transfiguración (Mateo 17.1; Marcos 9.2 y Lucas 9.28) que es -en pocas palabras- un anticipo de la gloria que Jesús recibiría en su resurrección; como si el Señor les mostrara ahora que su muerte no es el fin sino apenas el comienzo de una época de justicia y gracia. 

Esto debía invitarlos a pensar en la muerte como un paso a la gloria y el estado mejor. Y también nosotros podemos verla de la misma manera: quien muere en Cristo ha encontrado la verdadera vida, contempla sin velos al Hijo de Dios, no lidia con el pecado y gusta de la Santidad del Padre. No imagino nada mejor que eso.

De manera que la muerte de Jesús se encontraba en y cumplía con el plan de Dios en dos direcciones: 

En un primer momento traería la solución a nuestro problema con el pecado y la barrera que constituye entre nosotros y el Padre, proporcionándonos una vida con propósito y valor para transitar esta existencia. 

En un segundo momento daría paso a la glorificación que recibiría primero Cristo y que Él mismo otorga a todos los que creen en su nombre. 

La muerte de Jesús, entonces, no fue una tragedia sino un don. No fue el final sino el comienzo.

Los discípulos debían comprenderlo y también yo. Quiero pensar en la muerte (la mía y la de mis amados) como el pasaje a lo más excelente. La muerte en el plan de Dios.


Para ponerte en contacto con nosotros escribinos a lucasmigueltorrez@gmail.com

Buscanos en nuestra redes sociales:

Facebook -  Instagram - Ecuchá nuestro podcast en Spotify: Teologia Para Millenials

Donaciones: Envía un mensaje por WhatsApp al número +54 9 387 506-5829 (o también desde nuestra página de Facebook) para conocer las formas. 
Te invitamos a compartir este post e invitar amigos a conocernos. Gracias por tu visita. 


Comentarios