"si se humillare mi pueblo, sobre el cual mi nombre es invocado, y oraren, y buscaren mi rostro, y se convirtieren de sus malos caminos; entonces yo oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra"
2 Crónicas 7.14
Probablemente este sea uno de los textos más citados últimamente desde los púlpitos y en nuestras reuniones de oración, consciente o inconscientemente.
Esto puede deberse a dos razones:
En primer lugar, por la situación política y económica que atraviesa nuestro país (igual que Latinoamérica en general) desde hace varios años, tanto como la condición del mundo tras la pandemia que golpeó al globo.
En segundo lugar, y como resultado de lo anterior, existe el deseo genuino y noble de muchos creyentes de ver a Dios restaurar las buenas condiciones de las naciones.
En este marco frecuentemente citamos 2 Crónicas 7.14 alentando a la iglesia y a nosotros mismos a orar por nuestros países esperando en la misericordia, cierta y constante, de nuestro Padre Celestial.
SIN EMBARGO, al mismo tiempo creo que este es uno de los textos con frecuencia "más mal interpretados" (dicho así a propósito) de las Escrituras.
Un error grave y muy común cuando se lee y predica la Palabra de Dios es abstraer una porción de todo su contexto, la interpretación y la aplicación de ese pasaje pueden distar mucho de la intención original del autor inspirado. Creo que eso es lo que ocurre aquí.
LO QUE SÍ DICE EL TEXTO
Inicialmente tenemos que decir que, efectivamente, el pasaje nos muestra a Dios entregando una promesa de restauración, sanidad y prosperidad a su pueblo. Pero la verdad es que también dice otras cosas que no podemos pasar por alto:
1) Que debe haber HUMILLACIÓN de parte de SU PUEBLO.
2) Que este pueblo es consciente de la identificación mutua entre los llamados y quien los llamó (este es el sentido de invocar el nombre). Ellos le pertenecen porque Él quiere pertenecerles (Deuteronomio 26.18).
3) Que hay personas que ORAN. Pero como siempre en la Biblia la oración es mucho más que una práctica devocional o litúrgica. Tiene que ver con el acercamiento a Dios, con el reconocimiento de nuestra necesidad de Él, de sus juicios justos, de su misericordia inmerecida, la aceptación de su voluntad soberana y la dependencia de su mano providente. Este pueblo ora así.
4) Que estas gentes buscan el rostro de Dios; desechando la idolatría (de cualquier clase) estos hombres y mujeres emprenden un camino de intimidad con el Señor hacia su corazón. Irán muriendo a sí mismos y siendo transformados por la acción del Espíritu hasta ser como Cristo, en Él vemos la gloria del Padre (2 Corintios 3.18; Efesios 4.13; Juan 1.14).
5) Que en esa búsqueda habrá una conversión de una forma de vida que desagrada a Dios y que Él desaprueba, hacia una manera de ser, pensar y actuar basada y guiada en Su voluntad y su santidad, para honra de su nombre.
6) Que como resultado de todo esto, que no son condiciones para que Dios actúe, sino más bien evidencias de corazones quebrantados (Salmo 5.17; Joel 2.17-21); el Señor responderá PRIMERO dando perdón de pecados y luego sanando la tierra.
LO QUE NO DICE EL TEXTO
Para entender mejor este punto tenemos que hacer mención al contexto en que Dios habla estas palabras.
Salomón (hijo del Rey David) acaba de terminar la construcción del Templo que su padre se había propuesto hacer y lo dedica mediante una extensa y comprometida oración en presencia de toda la nación de Israel (sería conveniente leer todo el relato).
En 3 oportunidades durante esa oración de DEDICACIÓN, Salomón le pide a Dios que "cuando el pueblo peque contra Dios y el Señor los castigue", si en medio de esa disciplina reconocen su pecado y se arrepienten, y buscan a Dios y cambian su manera de vivir, que el Señor los escuche y los libre (2 Crónicas 6.26-27; 28-30; 36-39).
Evidentemente Salomón conocía con que pueblo estaba lidiando.
Entonces esta promesa del Señor en 2 Crónicas 7.14 es una respuesta a esa oración de Salomón, lo que significa (y nos lleva a las conclusiones de este apartado):
1) NO dice que este sea un pacto incondicional que Dios establece con todos los hombres o todos los países.
2) NO dice que la iglesia como pueblo espiritual de Dios puede interceder por la sanidad de la nación en que se encuentra (ya que el texto especifíca claramente que quienes deben humillarse son los que pecaron y están siendo disciplinados por Dios). En tal caso la iglesia puede predicar el evangelio para que la nación se arrepienta de sus pecados y busque a Dios (Jonás 3.5).
3) NO dice que la intercesión o clamor de un grupo (sin estar acompañados de una reforma profunda y genuina) garantiza la sanidad de un país entero.
En conclusión, la misión de la iglesia tiene que consistir primariamente en la oración y la predicación del evangelio como dos caras de una misma moneda. La transformación real podría llegar como resultado de la conversión genuina de las personas.
Tenemos que recordar siempre que el arrepentimiento y conversión son personales y hasta que eso no suceda no tenemos sustento bíblico para esperar un cambio para bien, ni la bendición de Dios sobre nuestros países.
Sigamos comprometidos con la verdad de Dios, anunciándola en todo tiempo y en todo lugar, recordando que la iglesia es baluarte y columna de la verdad (1 Timoteo 3.15).
Te invitamos a seguirnos en nuestras redes:
Facebook/TeologiaParaMillenials
Instagram @lucasmigueltorrez
Twitter @LucasMTorrez
Escribinos a lucasmigueltorrez@gmail.com
Escucha nuestro podcast en Spotify/TeologíaParaMillenials
Comentarios
Publicar un comentario