"Aprendimos que la obra del Señor se hace a su manera, en sus tiempos".
Se aproximaba el fin del 2010, este había sido un año con muchos desafíos en lo personal, pero también para la iglesia que comenzaba a pastorear desde hacía poco tiempo.
En cuestión de meses viví muchas experiencias distintas; de esas que son sumamente agradables, motivadoras e inspiradoras. También de aquellas que decepcionan, preocupan y -por qué no decirlo- siembran algunas dudas. Por supuesto que hubo momentos de gozo y razones para alabar a Dios con todas las fuerzas, pero también otros en los que me tocó llorar, sintiéndome sólo, sin comprender lo que sucedía.
De la misma forma me había visto en la necesidad de relacionarme con muchas personas diferentes; nada fuera de lo extraordinario: Hombres y mujeres que podrían haber sido mis padres o incluso mis abuelos, que con humildad se sujetaron a la autoridad que entendieron que Dios me había dado. Otros que por diversas razones pensaron que se sentirían más a gusto en otro lugar (y los dejamos ir, sin intención de intentar retenerlos, porque además sabemos que no podemos hacerlo).
Entre todos ellos había un joven (muy joven) entusiasta y bastante maduro para su edad que comenzaba a descubrir su llamado y a vivirlo con intensidad. Él siempre estaba dispuesto a servir, fiel en las reuniones, infaltable, devoto, sincero y leal. No sólo compartíamos algunas actividades, además empezamos a cultivar una buena relación de amistad con muchas, muchas, charlas de por medio. Él (a quien aquí llamaremos Mauricio) vivía justo cruzando la calle, lo que hacía más fácil compartir tiempo y experiencias.
UNA BUENA IDEA
Yo sabía que podía contar con Mauricio... y lo hacía. En muchas ocasiones me apoyé en su compañía para encarar asuntos importantes en reuniones en las que tratar ciertos temas era muy difícil. También comenzamos a compartir experiencias sobrenaturales de distintos tipos (un tema que contaré en otra oportunidad)
En esta relación y sobre la base de las vivencias compartidas, un día en medio de una de nuestras conversaciones habituales, pensamos que sería buena idea aprovechar el feriado del primer día del año 2011 para llevar adelante una actividad evangelística (aparentemente todavía no entendíamos muy bien lo que era evangelizar, si sólo lo pensábamos como "actividades").
En esta relación y sobre la base de las vivencias compartidas, un día en medio de una de nuestras conversaciones habituales, pensamos que sería buena idea aprovechar el feriado del primer día del año 2011 para llevar adelante una actividad evangelística (aparentemente todavía no entendíamos muy bien lo que era evangelizar, si sólo lo pensábamos como "actividades").
Mientras más hablábamos sobre el tema, tanto más nos entusiasmábamos con la idea y la misma iba tomando forma. Pronto decidimos anotar todo para no perder detalle y supusimos que esto venía de parte de Dios, de manera que al día siguiente nos avocamos a la tarea de organizar todo lo que necesitábamos. No teníamos mucho tiempo, era cuestión de días. Pero creíamos que habíamos sido desafiados por el Señor y nos animábamos mutuamente recordando los testimonios y experiencias de hombres de la Biblia y de la historia de la iglesia que por la fe habían logrado cosas que parecían imposibles. Y la fe no nos faltaba en ese momento.
- ¿Dónde lo haremos? ¿Cómo vamos a pagar?
- ¿A quienes vamos a invitar? ¿Y si organizamos la actividad con otra iglesia?
Por este tiempo habíamos desarrollado una buena relación con dos congregaciones de la ciudad con quienes habíamos tenido algunas actividades en conjunto, nos reuníamos seguido, e incluso los jóvenes comenzaban a estrechar lazos y encontrar amistades en estas iglesias locales.
-¡Excelente idea! ¡Hagamos algo grande!
Extendimos las invitaciones, enviamos mensajes de texto (WhatsApp no existía aún), repartimos tarjetas impresas, e hicimos algunas visitas personales a las casas de chicos conocidos...todo lo que estaba a nuestro alcance.
Encontramos el lugar dónde hacerlo, un hermoso predio que aun estaba terminando de construirse pero que ya se podía utilizar. Era suficiente para lo que queríamos hacer y era accesible. La verdad es que no recuerdo de dónde salió el dinero, pero nos aseguramos el lugar pagando más de la mitad por adelantado.
Teníamos la comida, el programa de actividades, incluso un folleto impreso para organizarnos con los números especiales, bandas invitadas, obras de teatro. Lo usual.
No dejamos ningún detalle librado al azar, la verdad es que ni Mauricio ni yo tenemos la costumbre de improvisar -más bien al contrario- así que nos dividimos muy bien las tareas y organizamos todo para que saliera según lo planeado.
Invertimos mucho tiempo, esfuerzo y dinero, pero estábamos convencidos de que Dios recompensaría todo.
LA HORA DE LA VERDAD
Llegó el día. Desde temprano y a pesar del feriado y de las celebraciones extenuantes de la noche anterior, habíamos estado con este joven limpiando y ordenando todo. Conectamos el sonido, probamos el funcionamiento, todo estaba en orden.
Fuimos hasta aquel lugar unas horas antes para recibir a la multitud de jóvenes que esperábamos, sabíamos que llegarían, después de todo no podía ser de otra forma con tanto trabajo previo, invitaciones y con la confianza de que Dios nos recompensaría de acuerdo a nuestra fe.
Se hizo la hora, pero nadie llegaba. Pasaron algunos minutos y no teníamos noticias de nadie. Transcurrieron horas y empezaron a asomar algunos chicos, no demasiados, y no los que esperábamos. Claro, estábamos contentos de que vinieran pero...el objetivo era alcanzar a jóvenes que no conocieran a Jesús, no estábamos muy entusiasmados con sólo hacer una fiesta para los mismos chicos que cada sábado escuchan el mensaje en las iglesias. Mientras más tiempo transcurría, más decepcionados nos sentíamos de ver que no acudieran los jóvenes en quienes habíamos pensado cuando planeamos el evento. Pero no sólo eso, había en nuestro corazón una extraña sensación incómoda, algo no estaba bien pero no sabría decirte qué.
De igual manera el proyecto siguió su curso y la actividad se realizó según lo previsto. Todo se hizo como lo pensamos pero continuábamos con la misma sensación, o más bien una certeza a esta altura de la noche. Al finalizar todo teníamos preparado un mensaje con una invitación a recibir a Cristo, así lo hicimos y el resultado fue el que estás pensando: Nadie respondió (al menos no de manera evidente) al llamado -que incluía pasar al frente, donde oraríamos por cada uno de ellos-. Claro, los no muchos jóvenes y adolescentes que estaban allí ya eran creyentes.
No entendíamos bien por qué nos sentíamos así, defraudados pero no por Dios. La actividad resultó como lo pensamos y sabíamos que aunque los chicos no hubieran pasado al frente a llenar una tarjeta, tal vez alguno o varios de ellos podrían haber entregado su vida a Jesús. Entonces ¿Por qué teníamos esta sensación de insatisfacción?
EL DETALLE QUE OLVIDAMOS
Al día siguiente terminamos de ordenar el salón, entregar algunas artículos que nos habían prestado, pagamos lo que faltaba y entonces pudimos conversar sobre cómo nos sentíamos. No lo habíamos dicho hasta ese momento, cada uno pensó que era un asunto propio, tal vez una percepción personal...pero resultó que no era así.
Mientras tomábamos unos mates (como era nuestra costumbre) repasamos nuevamente cada paso que dimos y pensábamos en qué podríamos haber fallado porque supimos que este sentimiento no era nuestro, que había algo que Dios quería enseñarnos a través de esta experiencia.
Fue necesario pensar todo más de una vez, de adelante hacia atrás y de atrás hacia adelante, para darnos cuenta dónde estaba el problema. Y era más sencillo de lo que parecía.
Resultó que desde el principio y todo el tiempo ASUMIMOS que la nuestra era una idea de Dios, pero nunca se lo preguntamos.
Cualquiera podría suponer que no hay error en eso, predicar a Jesús es la voluntad del Padre, así que ¿Qué puede estar mal con querer hacerlo?
Mientras charlábamos comenzamos a recordar todas las palabras de Jesús y las experiencias de los apóstoles que demuestran que no toda intención de anunciar el Evangelio es aprobada por el Señor (Marcos 1.34; 8.29-30; Hechos 16.6-10). A veces no es la forma, a veces no es el momento, a veces no es el lugar.
Creo que nuestro error consistió en entender que podemos hacer la obra de Dios con nuestras fuerzas, nuestros recursos, nuestro ingenio y demás. Básicamente es una manera orgullosa y egoísta de entender el ministerio.
Ese día aprendimos una importante lección: La obra del Señor se hace a su manera, en sus tiempos.
AL LLEGAR A CASA
Esa misma noche entendí que mi vida no depende absolutamente de mí, que debo tomar decisiones y ser responsable por ellas claro que sí; pero todo lo que hago debe ser con la convicción y la humildad de saber que es Dios quien gobierna los tiempos y su voluntad es soberana (Santiago 4.15).
Desde entonces procuramos estar seguros de que cada decisión y cada proyecto, grandes o pequeños, estén guiados por el Espíritu para saber que contamos con su bendición. Decidimos no actuar si no tenemos la certeza de que es Dios quien nos llama a hacerlo (Salmo 46.10)
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Esa misma noche entendí que mi vida no depende absolutamente de mí, que debo tomar decisiones y ser responsable por ellas claro que sí; pero todo lo que hago debe ser con la convicción y la humildad de saber que es Dios quien gobierna los tiempos y su voluntad es soberana (Santiago 4.15).
Desde entonces procuramos estar seguros de que cada decisión y cada proyecto, grandes o pequeños, estén guiados por el Espíritu para saber que contamos con su bendición. Decidimos no actuar si no tenemos la certeza de que es Dios quien nos llama a hacerlo (Salmo 46.10)
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